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A punto de cumplirse un mes desde que surgiera el volcán, Libertad Digital visita La Palma para hablar con los afectados. Un panorama desolador y sin visos de acabar.

Libertad Digital en La Palma. "Toda una vida que desaparece en menos de media hora"

A punto de cumplirse un mes desde que surgiera el volcán, Libertad Digital visita La Palma para hablar con los afectados. Un panorama desolador y sin visos de acabar.

El pasado 19 de septiembre la tierra se abrió "por el peor sitio posible" en la isla de La Palma. Hacía días que el suelo temblaba cerca del mar, así que todos los vecinos del valle esperaban que el nuevo volcán, si llegaba, surgiera como el Teneguía en 1971. Sus hijos y sus nietos, como hicieron ellos, disfrutarían del espectáculo natural, hipnotizador, de la tierra escupiendo fuego hacia el agua.

No fue así. En pocas horas, ese mismo domingo, los registros cambian, los terremotos escalan montaña arriba. A eso de las tres la tierra se rompe en una ladera del Parque Natural de Cumbre Vieja. Fue un rugido sobrenatural que se ha quedado grabado en las mentes de los palmeros de la zona.

Libertad Digital llegó a La Palma en ese momento en que la pena por todo lo perdido, toda una vida, tu casa, tu trabajo, tus recuerdos, tus vecinos, tu paisaje, tus costumbres, el día a día..., deja paso a la desesperación: "Esto no se va a acabar". Lo peor, te cuentan, fue precisamente cuando hace unas semanas paró y pensaron que era el momento de aterrizar en la realidad y hacer balance de las desgracias. Llegaba la oportunidad de volver a empezar. Ni mucho menos, el volcán ha ido a más. Con mayor ímpetu, el surtidor de la lava se eleva decenas de metros, y el magma sigue sumando hectáreas a su cuenta de resultados.

El rugido de la tierra es el hilo musical de la isla. Como los motores de un avión en vuelo rasante. A pesar de ser continuo, la mente es incapaz de incorporarlo. Siempre lo oyes. Las terrazas de los bares de las plazas están casi vacías. Los comercios con pocos clientes. Los dueños, escoba en ristre, intentan limpiar los microcristales. Se vive un segundo confinamiento porque el aire es espeso, amanece de color amarillo, y una lluvia fina de negra roca volcánica molida lo inunda todo, borra los límites de la civilización.

Cerca de diez mil personas de Los Llanos de Aridane, El Paso o Tazacorte, los tres municipios afectados, están desplazadas de sus casas. En 1949, el volcán de San Juan también fue devastador. En aquel el momento muchos palmeros emigraron a Venezuela y enviaron bolívares para reconstruir la isla. Hoy, como se dice alguno, "tampoco tenemos Venezuela". El 85% de los afectados son personas mayores. Fueron colonos en esas tierras volcánicas que abrieron a pico y azada e instalaron sus casas y sus plataneras. Se trajo tierra fértil de las montañas que se echó sobre la lava del San Juan. Una labor de recuperación de años que muchos de estos afectados asumen que no podrán volver a ver. Vuelven a la casilla de salida.

La mayoría de los palmeros pasa el día viendo el mapa comparativo de una página web oficial con imágenes de dron. Lo que fue y lo que es. Un paisaje desolador, lunático. Una locura. Los que ya lo han perdido todo intentan ubicar su pasado respecto a las construcciones que todavía quedan en pie, en medio del magma negro. ¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe. Se niegan a pensar en una Navidad en estas condiciones.

Libertad Digital pudo convivir durante unos días con estos palmeros y recoger los testimonios que van a ver publicados en este periódico.

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