Como cuenta Federico en esta entrevista llegó a Barcelona en vespa y salió en ambulancia, "siempre sobre ruedas", bromea. Aunque su mujer y él ya habían pedido el traslado a Madrid, en el libro Lo que queda de España denunció por primera vez cómo la serpiente del nacionalismo catalán acababa de romper el cascarón, el atentado de la banda terrorista Terra Lliure contra el autor en mayo de 1981 no dejó lugar a dudas.
El nacionalismo pudrió los años inolvidables de juventud. En Barcelona, la ciudad que fue Federico lleva al lector a aquella ciudad de primeros de los años 70, con su movida cultural, intelectual, gay, festiva, cinéfila, musical. Recuerdo cuando el rock era joven dice la canción de Elton John "Crocodile Rock", y continua, ahora los años pasaron y el rock acaba de morir. Cómo fue el paso de esa Barcelona azul y luminosa a la tenebrosa, a la oscuridad que se extiende hasta nuestros días, está en este libro. El nacionalismo y su dictadura blanca expropió espacios de ocio y creación, trabajos, corrompió amistades. El grupo de colegas dejó paso al individuo, que dio un paso al frente contra un régimen, "que ha prohibido hasta las víctimas", dice el autor.
En octubre de 2017 con el referéndum ilegal y declaración golpista de independencia se vivieron dos de los episodios más esperpénticos de una crisis que empezó hace 40 años, entre los años 1976 y 1978, cuando arranca "el proceso de liquidación del régimen constitucional". Los agentes de "la represión son los comunistas del PSUC al servicio del proyecto de Pujol", cuenta en el libro.
Pero algo sí nació en Federico hace 40 años: una resistencia granítica y una crítica implacable. Coraje siempre en estado de alerta. Barcelona, la ciudad que fue es, sobre todo, un canto a la libertad individual frente a la seguridad que ofrece la tribu nacionalista a los que se entregan en sacrificio.